Entre un roqueño sombreado por un sol sin prisas , disputándose los escasos calveros de tierra roja , florecía una intrépida familia de cardos perennes que humanizaba el rostro azul y acerado de las piedars con el amarillo rasante de sus diminutas florecillas .
Y lentamente , absorbiendo cada detalle , cada rincón y cada roca , fui aproximándome al vértice del Ravid .
Al principio , nervioso y aturdido , en mi afan por redondear la información suministrada por los << ojos de Curtiss >> , no reparé en aquellos motoncitos de tierra finamente triturada .
Y al asomarme a la << proa >> del << portaaviones >> - cumpliendo lo programado - dirigí el cayado hacia el nordeste y advertí a Eliseo , vía láser , del éxito de la ascensión.
Desde aquella magnífica atalaya el panorama era secillamente doberbio . Una Kigdal en miniatura , prácticamente enfrente , soleada y desconocida , se destacaba como la población más cercana . Las entradas y salidas a la ciudad , así como buena parte de la calzada romana ( la << vía maris >> ) , podían ser << controladas >> con una estimable precisión . Y más allá , hacia el norte , se perfilaba limpia y majestuosa la costa occidental del lago , con las firmas blancas de sus núcleos urbanos . En aquella radiante y luminosa mañana se distinguían , incluso , el negro caos de Saidan - a doce kilómetros en línea recta - y la habitual reunion de lanchas en la bahía de la Betijá. Pero hubo algo que me inquietó . Algo que ya habiamos detectado y que , no obstante , no evaluamos suficientemente . A mis pies , pegada al camino de escoria volcánica que bordeaba el flanco izquierdo del Ravid , en una extensión de medio kilómetro , apuntaba una verde y floreciente plantación , con un confuso mosaico de huertos y estrechas manchas de frutales y palmeras . Esta franja de tierra , que arrancaba en la cara oeste de Migdal , prolongándose , como digo , en un espacio de quinientos metros y por la orilla derecha de la carretera que llevaba a Maghar , podía presentarse como uno de los escasos e hipotéticos << focos de conflicto >>. Entre los huertos y frutales se distinguían unas quince cabañas que presumiblemente constituían los depósitos de los aperos de labranza .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Y lentamente , absorbiendo cada detalle , cada rincón y cada roca , fui aproximándome al vértice del Ravid .
Al principio , nervioso y aturdido , en mi afan por redondear la información suministrada por los << ojos de Curtiss >> , no reparé en aquellos motoncitos de tierra finamente triturada .
Y al asomarme a la << proa >> del << portaaviones >> - cumpliendo lo programado - dirigí el cayado hacia el nordeste y advertí a Eliseo , vía láser , del éxito de la ascensión.
Desde aquella magnífica atalaya el panorama era secillamente doberbio . Una Kigdal en miniatura , prácticamente enfrente , soleada y desconocida , se destacaba como la población más cercana . Las entradas y salidas a la ciudad , así como buena parte de la calzada romana ( la << vía maris >> ) , podían ser << controladas >> con una estimable precisión . Y más allá , hacia el norte , se perfilaba limpia y majestuosa la costa occidental del lago , con las firmas blancas de sus núcleos urbanos . En aquella radiante y luminosa mañana se distinguían , incluso , el negro caos de Saidan - a doce kilómetros en línea recta - y la habitual reunion de lanchas en la bahía de la Betijá. Pero hubo algo que me inquietó . Algo que ya habiamos detectado y que , no obstante , no evaluamos suficientemente . A mis pies , pegada al camino de escoria volcánica que bordeaba el flanco izquierdo del Ravid , en una extensión de medio kilómetro , apuntaba una verde y floreciente plantación , con un confuso mosaico de huertos y estrechas manchas de frutales y palmeras . Esta franja de tierra , que arrancaba en la cara oeste de Migdal , prolongándose , como digo , en un espacio de quinientos metros y por la orilla derecha de la carretera que llevaba a Maghar , podía presentarse como uno de los escasos e hipotéticos << focos de conflicto >>. Entre los huertos y frutales se distinguían unas quince cabañas que presumiblemente constituían los depósitos de los aperos de labranza .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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