En ambas márgenes de la ruta , de pie o en cuclillas , apostando en interminables hileras , un ejército de escuálidos , mugrientos y semidesnudos niños y ancianos contemplaban el nervioso desfile de viajeros y caravanas , pendiente de cualquier producto que pudiera desprenderse de fardos o canastos o , incluso , de aquellas gavillas o manojos de hortalizas que sobresalían entre el cargamento . En este caso , dependiendo de la suerte y de la benevolencia de los felah , los más audaces se arriesgaban a saltar hacia los jumentos , arrancando la mercancia . Otros , más resignados , se contentaban con introducirse entre las patas de los animales , haciendo acopio de los calientes excrementos expulsados por las bestias .
Y en uno de stos arriesgados asaltos asistí impotente a una escena que me heló la sangre . Uno de aquellos infortunados - un adolescente de diez o doce años - trató de apresar el extremo de un mazo de pepinos que , desequilibrados por el trote del onagro , estaba a punto de caer sobre la polvorienta senda . Pero , con los dedos rozando ya el fruto , uno de los campesinos - atento a la carga - se precipitó hacia el jovenzuelo , descargando un violento y despiadado mandoble de su gladius sobre la muñeca del ladrón . El tajo seccionó limpiamente la mano , que cayó entre los orines y la negra tierra apisonada . Y con ella , la horrorizada y menuda figura del muchacho .
La cruel y desproporcionada acción del feleh me paralizó . Y le vi alejarse , festejando la << hazaña >> con estépito y sin volver la vista atrás .
Nadie reaccionó . Nadie protestó . Nadie se atrevió a detener al agresor . Nadie se preocupó del pequeño , desmayado sobre el camino , desangrándose y pisoteado por las siguientes reatas.
En cuanto a este perplejo explorador , apenas si tuve tiempo de hilar un solo pensamiento . Uno de los asnos terminó arrollándome , forzando a quien esto escribe a continuar entre trompicones e imprecaciones de los responsables de la cuerda . Y en el caos , cayendo y alzándome sin demasiado éxito , fui a perder el manto . Y en cuestión de segundos , un amasijo de aquellos desheredados de la fortuna se precipitó sobre el ropón , disputándoselo a mordiscos y puntapies .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Y en uno de stos arriesgados asaltos asistí impotente a una escena que me heló la sangre . Uno de aquellos infortunados - un adolescente de diez o doce años - trató de apresar el extremo de un mazo de pepinos que , desequilibrados por el trote del onagro , estaba a punto de caer sobre la polvorienta senda . Pero , con los dedos rozando ya el fruto , uno de los campesinos - atento a la carga - se precipitó hacia el jovenzuelo , descargando un violento y despiadado mandoble de su gladius sobre la muñeca del ladrón . El tajo seccionó limpiamente la mano , que cayó entre los orines y la negra tierra apisonada . Y con ella , la horrorizada y menuda figura del muchacho .
La cruel y desproporcionada acción del feleh me paralizó . Y le vi alejarse , festejando la << hazaña >> con estépito y sin volver la vista atrás .
Nadie reaccionó . Nadie protestó . Nadie se atrevió a detener al agresor . Nadie se preocupó del pequeño , desmayado sobre el camino , desangrándose y pisoteado por las siguientes reatas.
En cuanto a este perplejo explorador , apenas si tuve tiempo de hilar un solo pensamiento . Uno de los asnos terminó arrollándome , forzando a quien esto escribe a continuar entre trompicones e imprecaciones de los responsables de la cuerda . Y en el caos , cayendo y alzándome sin demasiado éxito , fui a perder el manto . Y en cuestión de segundos , un amasijo de aquellos desheredados de la fortuna se precipitó sobre el ropón , disputándoselo a mordiscos y puntapies .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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