Y la mujer , haciendo una señal a sus hijas , tras alimentar la lucerna con una carga extra de aceite , se retiró a la plataforma . Allí , prendida una segunda lámpara , las vi tomar los edredones que servían de cama y extenderlos sobre el piso . Acto seguido , en pie , entonaron el Oye , Israel , una de las obligadas plegarias , acomodándose después con los pies en dirección a las ascuas que agonizaban en el pequeño fogón de ladrillo refractario .
Y se hizo el silencio , apenas incomodado por alguna de las rezagadas goteras y el distante y apagado tronar de los cumulonimbos , rumbo al Jordan.
Eché un vistazo a mi alrededor . Jacobo , acodado sobre la muela , dormía con una rítmica y saludable respiración . El criado , junto al alto escalón de la entrada , hecho un ovillo , conservaba la misma postura unicial .
Y no sé exactamente por qué , me sentí intranquilo . Aparentemente no había motivo . En el exterior sólo se percibía quietud , rasgada en ocasiones por los lastimeros maullidos de los gatos en celo .
Atribuí la incómoda sensación a la soledad , que una vez más me acompañaba . En momentos como aquél , lejos de mi hermano , me veía asaltado y arrinconado por una singular tristeza que , sinceramente , me costaba combatir . A pesar de la intensidad y dureza de la misión - casi sin tregua ni respiro -, quien esto escribe , y no digamos Eliseo , tuvo que soportar comprometidos periodos de obligada espera e inactividad en los que la memoria de nuestro verdadero << presente >> ( el siglo XX ) se fundía con el << ahora >> histórico del siglo I , provocando un caos mental de difícil arreglo.
Y buscando sacudir aquella amenaza y el sueño que golpeaba ya mi organismo , opté por incorporarme . Un poco de movimiento me despejaría.
Atrapé que montaba guardia desde la mesa de piedra y , extremando el sigilo , me dirigí a la puerta sin hoja del abandonado taller en el que el joven Maestro trabajó como carpintero.
La pálida y mínima luz animó con dificultad la estrechez del cuartucho . Y volví a emocionarme ante el banco de ochenta centímetros de altura con los pies en << v >> invertida .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
Y se hizo el silencio , apenas incomodado por alguna de las rezagadas goteras y el distante y apagado tronar de los cumulonimbos , rumbo al Jordan.
Eché un vistazo a mi alrededor . Jacobo , acodado sobre la muela , dormía con una rítmica y saludable respiración . El criado , junto al alto escalón de la entrada , hecho un ovillo , conservaba la misma postura unicial .
Y no sé exactamente por qué , me sentí intranquilo . Aparentemente no había motivo . En el exterior sólo se percibía quietud , rasgada en ocasiones por los lastimeros maullidos de los gatos en celo .
Atribuí la incómoda sensación a la soledad , que una vez más me acompañaba . En momentos como aquél , lejos de mi hermano , me veía asaltado y arrinconado por una singular tristeza que , sinceramente , me costaba combatir . A pesar de la intensidad y dureza de la misión - casi sin tregua ni respiro -, quien esto escribe , y no digamos Eliseo , tuvo que soportar comprometidos periodos de obligada espera e inactividad en los que la memoria de nuestro verdadero << presente >> ( el siglo XX ) se fundía con el << ahora >> histórico del siglo I , provocando un caos mental de difícil arreglo.
Y buscando sacudir aquella amenaza y el sueño que golpeaba ya mi organismo , opté por incorporarme . Un poco de movimiento me despejaría.
Atrapé que montaba guardia desde la mesa de piedra y , extremando el sigilo , me dirigí a la puerta sin hoja del abandonado taller en el que el joven Maestro trabajó como carpintero.
La pálida y mínima luz animó con dificultad la estrechez del cuartucho . Y volví a emocionarme ante el banco de ochenta centímetros de altura con los pies en << v >> invertida .
Autor : J.J.Benitez
Un abrazo
Antonio Martinez
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